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y mi historia es un viaje desde la oscuridad hacia la luz, desde la ausencia hasta la plenitud. Desde que tengo memoria, he sentido el peso de una ausencia que marcó mi infancia y definió gran parte de mi vida adulta.
Nací en Santiago en 1997, y a los seis meses de edad, mi madre desapareció de nuestras vidas, dejándome al cuidado de mi padre. Nunca supe las razones detrás de su partida, pero su ausencia se convirtió en un agujero negro en mi corazón, un vacío que ninguna otra cosa podía llenar. Desde muy joven, me di cuenta de lo que me faltaba: el amor maternal, el cuidado femenino, los pequeños gestos de ternura que hacen que uno se sienta seguro y amado.
Crecer sin mi madre fue una experiencia dolorosa y confusa. Observaba a otras niñas siendo mimadas por sus madres, siendo peinadas con cariño y enviadas al colegio con amor. Cada detalle, desde los peinados en el cabello hasta el olor de las colonias, me recordaba lo que me faltaba. La ausencia de mi madre se convirtió en una sombra que me acompañó en cada paso de mi vida, llenándome de preguntas sin respuesta y dejando un hueco en mi corazón que nada podía llenar.
A los quince años, después de años de espera y esperanza, tuve la oportunidad de volver a ver a mi madre. El encuentro estaba lleno de emociones encontradas: alegría, miedo, esperanza y dolor. Durante días, me preparé con ilusión para ese momento. Mi abuela me vistió con esmero, peinando mi cabello como lo hacían las madres cariñosas que veía en el colegio. Pero cuando llegó el día, mi madre nunca apareció. El dolor y la decepción que sentí en ese momento me acompañaron durante años, dejando cicatrices invisibles en mi alma.
A lo largo de los años, luché con la ansiedad, la depresión y los trastornos alimentarios. Buscaba desesperadamente la validación externa, esperando encontrar en otros el amor y la aceptación que mi madre nunca me dio. Me relacionaba con personas tóxicas, buscando en ellas lo que solo yo misma podía darme. Recurrí al alcohol y mucha fiesta , intentando ahogar el dolor que sentía dentro de mí.
Pero incluso en los momentos más oscuros, algo dentro de mí se negaba a rendirse. A través de terapias y autoexploración, comencé a sanar las heridas de mi pasado y a reconstruirme a mí misma. Descubrí que mi dolor tenía un propósito, que mi historia podía convertirse en una fuente de inspiración para otros. Fue entonces cuando nació la idea de Belskins, mi propia clínica de estética integral.
Con Belskins, no solo transformo la piel de mis clientes, sino también sus perspectivas sobre sí mismos. Mi objetivo es fomentar la belleza desde adentro hacia afuera, recordándoles a todos que la verdadera belleza no se encuentra en las imperfecciones de la piel, sino en la fuerza y la confianza que llevamos dentro. Cada tratamiento que realizo es un recordatorio de mi propio viaje de sanación, una prueba viviente de que el amor propio puede cultivarse y florecer incluso en los lugares más oscuros de nuestro pasado.
Hoy, soy la fundadora y directora de Belskins, donde he ayudado a más de 10,000 mujeres a encontrar su propia belleza y confianza interior. Mi historia es una invitación a todos aquellos que han experimentado el dolor de la ausencia y la inseguridad: hay esperanza, hay curación y hay belleza en el viaje hacia la aceptación de uno mismo. A través de mi trabajo, quiero ser un faro de luz para aquellos que buscan encontrar su propio camino hacia la realización y la autoestima. Porque al final del día, la verdadera belleza radica en la capacidad de abrazar nuestras cicatrices y convertirlas en insignias de fortaleza y resiliencia.